La Zapam Zucum, la Saramama, la Pericana y el Llastay

Cuatro deidades que encantan por sus historias y sus misterio. Como nacieron y como llegan hasta nuestros días.
Te presentamos estas historias y leyendas de deidades que recatan las culturas ancestrales. Una investigación exclusiva a la cual tuvo acceso www.LaRiojaChayera.com.ar
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La Zapam Zucum
Allá, a los lejos, entre el tupido follaje de los grandes algarrobos, se eleva la grácil columna de humo azul, denunciando el campamento de los pobres, que buscan en los árboles del campo, el pan y el vino que, como en un revivir del siglo de oro, se ofrecen, sin cuidados ni trabajo, a la mano del hombre. Allí está el encendido hogar, alrededor de cuyas llamas vivaces, se reúnen por la tarde, terminada la faena, las familias del viejo Ayllu, que anduvieron dispersas durante el día en el afán de la recolección del pan de Dios.
Quedaron, al sólo amparo de la espesa sombra de los árboles y de la providencia de la Zapam-Zucum, las huahuas, recostadas en cueros y coronillas, mientras las madres, con los hijos mayores, se internaron campo adentro, hasta perderse en el laberinto de los troncos, semejantes éstos, en su color y reciedumbre, a columnas de bronce o de hierro oxidado. Ya muy pronto sus cantos se desvanecen en la lejanía y queda solitario el campamento de los nómades.
Y, sin embargo, pasan las horas y no se siente llorar a ningún niño. Ni les molestan los insectos, ni parecen sentir el hambre. Las madres, al dejarlos bajo el amparo de la Zapam-Zucum, saben que una providencia solícita velará sobre ellos. En efecto, no bien se han alejado los buscadores de algarroba, se siente, próximo al campamento, donde sólo quedaron los pequeños dormidos, el sonido rotundo y característico que anuncia la proximidad del numen propicio: ¡Zapam-Zucum! ¡Zapam-Zucum! ¡Zapam-Zucum!…
Quienes la han visto, entre los antiguos, la pintan una mujer joven aún, arrebolada por los colores de una vida en la plenitud de su vigor, tostado de sol el rostro; ojos y cabellos negros y como signo particular, un par de enormes senos morenos y rosados a la vez, tan voluminosos, que se mueven al andar y son lo que producen el sonido onomatopéyico: ¡zapam -zucum, zapam-zucum!…
Con sus manos pequeñas y blancas, que se singularizan como una excepción en su carne morena, acaricia a los niños, lava sus caritas entierradas por los aires polvorosos del bosque y pone orden en sus improvisadas cunas. Pero los pequeños tienen hambre y se despiertan, y en vez del seno materno, se amamantan en los pechos próvidos de la diosa, y vuelven a dormir en la plácida inconsciencia de quien no sabe distinguir aún entre la providencia materna y la que le otorgan, por singular privilegio, los seres inmortales.
La Zapam-Zucum, es pues, la gran amiga de los niños abandonados, mientras las madres cosechan en costales, la algarroba que se ha de guardar, a la par que los dones de la Saramama, en las cónicas pirhuas de pichana y de jarilla, en el patio del rancho. Pero no siempre los inmortales hacen el bien. La Zapam-Zucum es la madre y providencia de los niños y de los algarrobos. Cuida a éstos y los defiende, para ofrecer sus frutos a las pobres gentes y se complace con las fiestas sencillas que se celebran debajo de los árboles, en la plena soledad de los campos. ¡Y guay del osado que destroce inmotivadamente su heredad y templo, que hache los algarrobos, que deshoje sus ramas o voltee, con espíritu de hacer mal, sus frutos verdes aún o la pishuca de la flor! La Zapam-Zucum se venga en forma horrible, roba los hijos del malvado y no los devuelve más. Protege y hiere en lo más sensible de la humanidad, en el corazón de las madres.
La Saramama
La diosa del maíz para los antiguos pueblos diaguitas. Esta divinidad está ligada al milagro del alimento, la cosecha y la cooperación.
Su culto en nuestra zona ha sido de gran importancia ya que el maíz era la principal fuente de comida de nuestros ancestros y su devoción por Saramama era incondicional.
«La Saramama es la diosa protectora de los sembradíos de maíz, el espíritu mismo de este cereal, si se prefiere y pertenece al grupo de los dioses tchónicos y arcaicos, sobrevivientes a todas las conquistas, como íntimamente vinculados a los fenómenos de la tierra, que más influyeron material y psíquicamente en la vida de los grupos indígenas. Se la veneraba entre los diaguitas con ceremonias báquicas nocturnas, posiblemente en la época del Interaymi, en que se recolectaban los frutos, y en la forma de libación y el topamiento sexual, tincuc o tincunacu a la que parecen hacer referencia los monolitos, algunos de forma fálica perfecta, como el de Mollar y la plancha astronómica de Yanqui Pachacutec, donde figura la Saramama en forma de una constelación.
El culto de la Saramama correspondió a la época matriarcal y agrícola en la edad megalítica y sobrevivió a la unidad religiosa incásica, con su mayor o menor pureza, según que se alejara del centro del Imperio. Así, en el Perú, esta vieja divinidad tchónica, al igual que Pachamama, quedó reducida a un simple dios lar, representado por una canopa o zeme de barro o piedra. En los límites, sin embargo, en las regiones remotas, continuó recibiendo el culto tradicional y primitivo, colocada en el Olimpo indígena, al mismo nivel, por lo menos, que el Sol soberano de los conquistadores.»
El escenario del culto a Saramama se extiende, en la zona andina de Argentina, desde Jujuy a La Rioja, pero tiene su raíz en antiguos cultos peruanos matriarcales, pasó a la organización del Imperio Inca y se diseminó hacia los territorios por ellos anexados al Sur, o sea, el Gran Valle Calchaquí y las provincias de Tucumán, Catamarca y La Rioja donde se mantuvo a pesar del mestizaje.
La Saramama vive en los campos con regadío. Su presencia espiritual es tan sagrada, que nadie se atreve a caminar sobre las mieses ni a fijar la mirada en las panojas de flores ni la inflorescencia de los zapallares, ya que se pueden «ojear» y malograr la futura cosecha. Está vinculada con los dioses atmosféricos, con la reproducción, la recolección, el alimento, la fortaleza, el humo del hogar, de tal suerte que, desde épocas pretéritas, la figura fálica se ha manifestado en los trabajos en piedra y en cerámica de manera extraordinaria, tales como los menhires y zaramamas que podemos observar todavía en los lugares donde hubo asentamiento de tribus.
Nuestros antepasados aborígenes respetaron a esta deidad que protegía el alimento del maíz. En su cuidado idearon formas de conservación y acopio del cereal en pirhuas que nada tuvieron que envidiar a los trojes españoles. Para armar una pirhua había que desplegar un arte empírico. Se trazaba sobre un terreno preferentemente alto, a salvo de las corrientes de agua, una zanja de poca profundidad en la que se plantaban cañas secas de maíz unidas por la parte superior, cubriendo con su forma cónica el colchón de pasto sobre el cual se colocaban las espigas o choclos secos que se guardaban para el sustento del invierno. Nuestros aborígenes colocaban en lugares cercanos a la pirhua monolitos de piedra o zaramamas.
En territorio riojano se rindió culto a Saramama, lo que queda demostrado con la presencia de los menhires en todas las zonas agrícolas en las que fueron encontrados.
Las mujeres eran las encargadas de retirar, cuando la necesidad alimenticia lo requería, las mazorcas secas para desgranar y moler. Es allí donde hace miles de años, aparece la más simple de las máquinas: el mortero de material lítico presente en todas las culturas de América, testigo de la gran actividad industrial aborigen.»
La Pericana
Esta geniecilla traviesa es una especie de duende andariego.
Según la creencia y la superstición popular, los algarrobales y quebrachales llanistas son el teatro de sus andanzas fiesteras.
La describen como una mujer de baja estatura, de fea estampa, vestimenta andrajosa y de colores oscuros.
Muy hábil para caminar por caminos terrosos, sendas escondidas y umbrosas, muy pocas veces se deja ver, desapareciendo rápidamente de la vista de quienes son víctimas de sus correrías. Nunca la escucharon hablar. Un silbo raro y estridente es el signo que denota su presencia.
Las travesuras de la Pericana consisten en tirar piedras en la espalda y terrones a los sombreros de los jinetes, en espantar a las bestias de montar de los paisanos en caminos y sendas. Los jinetes caen al suelo y los caballos huyen despavoridos.
Con los niños usa iguales travesuras y además les silba y los llama con señas y ademanes ofreciéndoles frutos silvestres. Algunos cuentan que a veces, los niños extraviados no vuelven más
En otra parte del País:
Encontramos varias leyendas sobre la Pericana, en las provincias de cuyo, que se aparece en las siestas y es una bruja, cada lugar le da una forma diferente al mismo personaje.
El Llastay o Yastay
Los milenarios cerros y quebradas de nuestra tierra tienen su propia deidad protectora. A la par de la eterna Pachamama se levanta la leyenda de Llastay. Perteneciente al diverso grupo de dioses diaguitas, se dice, es un ente poliforme, celoso guardián de la fauna silvestre en las montañas y llanuras. Según los relatos populares, el Llastay suele avistarse de modo casual en adentradas zonas de cerros con la forma de un guanaco blanco de gran tamaño, muy superior al de los guanacos adultos normales y generalmente se lo ve acompañando y guiando el paso de las manadas a modo de pastor. También relatan que es capaz de tomar forma humanoide como de un anciano de baja estatura, con grandes ojos negros, ropas claras, largos cabellos y barba blanca. Adoptaría esta imagen para poder entrar en contacto con los humanos, advertirlos o dar consejos de cómo comportarse en sus dominios. Él todo lo ve en su territorio y puede castigar a quienes se lancen a la caza irresponsable e indiscriminada de los especímenes a los que resguarda. Por otro lado, también puede ser un guía, protegiendo y facilitando el alcance a los animales a viajeros y cazadores que, mediante una ofrenda, pidieran permiso y ayuda al Llastay en su travesía. Siempre y cuando los animales cazados justifiquen una necesidad de alimento, abrigo, etc. el Llastay permitirá, pero cuando solo se busque profanar la fauna y alterar el equilibrio circundante, el guardián se los hará saber de una forma u otra.
“Parecería que su origen se remontara a épocas anteriores al Imperio Inca y se desparramara su culto a los valles Calchaquíes, y viajara en boca de los relatos por los Andes, hacia el Sur, hasta Mendoza. Ambrosetti opina que su origen es cuzqueño y que, íntimamente ligado con la Pachamama, ambos cuidan las manadas enseñando con su sola presencia que el hombre debe usarlas con mesura para sus necesidades.”
Sobreviviendo a las diferentes conquistas y dinámicas culturales, se encuentra presente en diferentes regiones andinas del continente donde es común la presencia de auquénidos (camélidos sudamericanos) como guanacos, vicuñas, llamas. A veces se lo conoce con otros nombres y características, por ejemplo, en el norte de Chile y más precisamente en la región de Atacama es nombrado “Cuquena” pero en todos los casos parece tratarse del mismo ente o espíritu silvestre que resguarda a las criaturas de su territorio como si de un guerrero protector asignado por Pacha se tratara.
Investigadores del folklore aceptan que el Llajtay asume formas distintas. Es un duende vestido de poncho y sombrero, ora un mendigo anciano que aparece insólitamente de súbito en lugares inexpugnables, o un ave que sobrevuela los pasos y las pircas naturales. Esa multiformidad es la que también se le atribuyen en otras provincias del NOA.