El Pujllay

Hablar de mitos y leyendas, y no mencionar al Pujllay seria faltar a la autenticidad de la identidad de la chaya misma. Es por eso que accedimos a una investigación exclusiva.
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El Pujllay
La Chaya, de «chayar» que en la lengua quechua significa rociar, aspergar, mojar con agua, es una ceremonia de gratitud hacia la “Pachamama (madre tierra)” en agradecimiento por las cosechas que brindaban el sustento a la tribu, proviene de las antiguas comunidades diaguitas como así también el Pujllay o Pusllay. Las versiones de su procedencia son diversas y es difícil saber con exactitud su historia original como pasa también con la tradición de La Chaya, pero lo que se conoce de esta peculiar deidad nos deja ver los rasgos que lo caracterizan. «Pujllay» proviene de la lengua quechua y significa: jugar, divertirse, farrear, por lo cual se asocia al personaje con estas palabras en una personalidad alegre y humilde, gustosa de la fiesta, el jolgorio, capaz de contagiar y contagiarse de los festejos que traen consigo las calurosas fechas de verano en la que la albahaca, la harina, los bombos y cánticos cubren los pueblos chayeros. «El Pusllay se representa como un muñeco zarrapastroso, armado con palos, paja y trapos, vestido con ropas viejas y sombrero; lo sientan como presidiendo la fiesta que se desarrolla preferentemente en algunas calles barriales, durante la siesta, hasta que cae la tarde. Entre petardos, coplas, el retumbar de las cajas y los gritos de la alegría, hacen el «topamiento» de pacotas, un grupo acompañando al compadre («cumpa») y el otro a la comadre («cuma»). El último día del Carnaval o día del «entierro» se realiza la quema del Pujllay, ceremonia en la que participan los chayeros, mojados y enharinados y así continuarán «chayando» varias horas para despedir al Pujllay hasta el próximo año. «(1) “Vuelan por los aires puñados de almidón de trigo perfumado con clavo de olor. Ramos de albahaca golpean los rostros blanqueados, y todos ríen y cantan al son del tamborín. En abigarrada muchedumbre, jóvenes y viejos, mujeres, hombres y niños, dan rienda suelta a la buena alegría.” (2) La leyenda de La Chaya y el Pujllay Una de las historias más conocidas de la relación entre la Chaya y el Pujllay es la del amor que supo nacer entre estos dos personajes como es citada en «Chaya (Rocío de agua)» del libro Mitos y Leyendas de Nuestra Región de Alfredo N. Chade. «Chaya era una muy bella jovencita india que se enamoró perdidamente del Pujllay, un Dios de orden menor, joven, alegre, pícaro y mujeriego. La bella jovencita, Chaya, al no ser debidamente correspondida se internó en el monte a llorar sus penas y desventuras amorosas, desapareciendo en él. Sólo retornaría anualmente y a mediados del verano, del brazo de la Diosa Quilla (Luna) en forma de rocío o fina lluvia. Entre tanto, Pujllay sabiéndose culpable de la desaparición de la joven indiecita, siente remordimiento y procede a buscarla infructuosamente por todo el monte hasta que enterado del retorno a las tribus con la luna de febrero, vuelve a estas para continuar la inútil búsqueda, allí, con muecas de alegría entre algarabía de todos los que festejaban la siempre esperada cosecha, indaga con desesperación y ahoga en la chicha (bebida fermentada) su soledad, y su pasada fama de Don Juan, se emborracha y ya muy ebrio, lo sorprende la muerte.» El Pujllay entonces, es el espíritu festivo que trasciende desde los ancestros diaguitas hasta nuestros días. El dios de la Chaya. Símbolo de la alegría colectiva, pura y dicharachera que se apodera de los riojanos en esas épocas de celebración.